¿Qué queréis, sábanas limpias?

24 de febrero de 2011

La silla cansada

El primer piso en el que estuve cuando me fui de casa de mis padres, era extraño. Era una construcción de los años ochenta, de cuatro habitaciones, dos baños, una minúscula cocina y un salón todo revestido de madera. El día en que entré a vivir allí, recuerdo que no era uno de los mejores momentos de mi vida y que en el metro me topé con un tipo que se estaba masturbando, al que le dediqué, un alto y claro ,me das asco. Desconcertada me hallaba yo en aquel tiempo y aquella situación animó mi desconcierto. Mi habitación era la peor habitación de todas: aproximadamente ocho metros cuadrados poco iluminados y con rincones poco aprovechables. Puse un colchón en el suelo, una mesita de noche, un par de estantes para mis libros, una mesa y una silla. Ahí voy, a hablarles de esa silla. Era una silla mas bien baja, blanca y de asiento circular. Tenía dos barras metálicas que se unían a un respaldo pequeño en media luna. La verdad es que no era especialmente cómoda pero yo en aquel entonces me conformaba con poco. Solía fumar hachís, reciclar ropa que encontraba en la calle, comer mucho arroz y pasta y apenas fruta, y vivir enganchada a una idea romántica y enfermiza del amor. Esa silla fue testigo de muchas noches despierta, escribiendo o llorando, follando y pocas veces riendo. Al principio la usaba pero cada vez que me sentaba o me levantaba o en plural, hacía un ruido vacío. Un ruido como de suspiro viejo y cansado. Dejé de usarla y murió.

No hay comentarios:

Publicar un comentario