Si te vuelves loca, avísame

¿Qué queréis, sábanas limpias?

24 de febrero de 2011

Voces

Se gira y busca la voz.
Sigue corriendo, tropezando con los sombreros que estaban esparcidos por el suelo.
Se gira y vuelve a buscar la voz. Como a cámara lenta. Su pelo se mueve con el aire, que aspira profundamente. 
En un instante recuerda que la voz ya desapareció hace tiempo. 
Continúa, esta vez, andando,lentamente. Sus pies se mueven con una danza de plumas.
El recuerdo le invade a veces el pensamiento, transportándola al instante hacía lugares antiguos en tiempo.
Voces, siempre voces que hablan. y que a veces resultan ininteligibles, extrañas, intrusas.
A lo lejos una cabaña de madera azul enmohecida
Abre la puerta, lentamente y con cierto miedo a lo desconocido.
Casi oscuro
pero entra. Entra y pretende encontrar algo, algo que la conecte al presente. Tímida, esquiva los objetos dispuestos en el espacio. Formas diversas, que llenan el espacio como fantasmas solidificados y estáticos. No como los de su mente. Que danzan con alma animal entre los espacios vacios de su idolatrado arsenal de recuerdos.
El viento cierra la puerta violentamente. El sonido
le hace ensordecer, le parece un sonido perpetuo, pesante, maligno. Su mirada se dirige instintivamente hacia el punto de origen. Sus ojos dibujan su estado de inconsistencia constante. 
Las voces ininteligibles vuelven a
revelarle su existencia, apareciendo de forma intermitente en cualquier lugar del espacio, casi negro.
Vuelve a correr, esta vez, huyendo de las voces.

Pasaste por aquí

Pasaste por aquí pero no eras la misma persona. Ni yo tampoco. Y es triste. No creo que podamos ser amigos. Todo ha cambiado. Ahora te has convertido en un perfecto desconocido para mi, un extraño. Ya no hay nada que nos una más allá de un recuerdo difuso y en eso nos convertimos los amantes.
Tus cartas las guardo en una caja vacía. Nunca más volveré a escribirte. Nunca más volveremos a ser lo que éramos porque nada ni nadie es inmutable. Y eso es lo rico. El estado de permanente provisionalidad es el imperativo posmodernista. Y estamos metidos de pleno y nos gusta. Nos hace libres.

Sin mirar atrás

Aquella casa olía a huevo podrido y a marihuana. Pudo darse la vuelta y marcharse por donde había venido pero quería mirarle a la cara, afrontar su destino, asumir lo inevitable La mirada fue de odio. Entornó los ojos y tras un breve segundo, le escupió en la cara.
Él quedo petrificado. Aquello primero le paralizó, luego pensó en que seguramente se lo merecía y finalmente, se limpió el ojo donde había ido a parar esa rabia ajena.
Ella, con la mirada vidriosa le miró a los ojos y sintió decepción. Se dio la vuelta para salir por donde había entrado. Si mirar atrás.
Estuvo a punto de girarse pero se contuvo de hacerlo. Espetó: Supongo que esto significa que ya no te respeto y ahora, voy a dejar de quererte. Me merezco un amor mucho más honesto del que tu pudiste ofrecerme. Ya no puedo ni mirarte a la cara.
Él bajo la mirada pero ella no pudo verlo porque estaba de espaldas. Con su mano derecha giro el pomo de la puerta, la abrió y salió por ella sin cerrarla para que él pudiera ver como se marchaba, para siempre, sin mirar atrás.

Pasado


“Se mezclan los pensamientos y los sueños y apareces de nuevo en mis textos. Siendo la persona que fuiste y ya no eres, que ya no existe. El recuerdo vivo de alguien que está muerto. Nos encontramos en mi antiguo piso, tú estás escondiéndote de alguien que te busca y el tiempo se detiene para mí mientras nos miramos a los ojos. Yo desnuda ante ti te susurro: “ me da miedo volver a quererte por si vuelvo a perderte” y tú, frente a la puerta, me dices que vas a volver para siempre porque nunca has querido a nadie tanto como a mí. Y hay una guerra en las calles, barricadas por doquier y yo siento miedo por ti porque ya me he olvidado de mi misma. Y me siento feliz porque aunque sea mentira, siento amor, un amor inocente y puro, amor que te ofrecí y que se desvanece cuando definitivamente tropiezo con la dura realidad de tu ausencia y entonces, la que está muerta, soy yo.”

Ella

Observo a una chica, morena,de una belleza peculiar,que está sentada en la mesa de enfrente. Tiene un rostro de mujer delicada. Apoya su mejilla sobre su mano derecha. Tiene la mirada ausente pero cambia de gesto súbitamente. Ha cogido un cigarrillo y lo enciende. Aspira el humo suavemente, cerrando los ojos. Lo suelta. Vuelve a abrir los ojos. Ahora se roza los labios con la mano que sostiene el cigarrillo, con el dedo anular. Sigue con esa mirada ausente que tanto me llama la atención pero sus ojos, que son negros y almendrados, han cambiado de dirección. Está recordando algo o eso me figuro yo. Me pongo a pensar en que podría estar pensando, como una especie de juego de imaginación que me entretiene.“Como todo acaba perdiéndose quiero retenerlo de algún modo. Es tu imagen, es aquella sensación cuando te miré y pensé que eras tú, que sólo podías ser tu. Me sentí viva, me sentí llena de amor, de pureza. Fue bonito. Y no te diste cuenta pero sonreí. Lo cierto es que no podía parar de sonreir cuando te tenía cerca. Me di cuenta de que sí sabía querer, algo que tantas veces había dudado. Intercambiamos los sitios que solíamos ocupar, yo te daba la espalda, desnuda, y tú, con tu dedo índice, acariciabas mi nuca y dibujabas la forma de mi hombro izquierdo. Ahí noté que me querías pero era triste porque los dos sabíamos que era una despedida. Hagamos que sea fácil, te dije y fue lo último que te dije. Un abrazo, un beso en la mejilla, me di la vuelta y me marché. Esa fue la última vez que te vi.”Ha dejado de mostrar esa mirada ausente y ahora está sonriendo. Es una media sonrisa rota y torcida. Me gusta. Voy a decirle algo. No, no puedo. No me atrevo. Soy un cobarde.Pasan 7 segundos y finalmente me levanto. Me acerco a ella. Le digo: ¿Eres tan bella por dentro como por fuera? Ella, sorprendida, me mira escudriñándome y frunciendo el ceño brevemente. Sonríe de nuevo. Se coloca un mechón tras lo oreja izquierda, se ruboriza un poco. Eso intento, dice.

La silla cansada

El primer piso en el que estuve cuando me fui de casa de mis padres, era extraño. Era una construcción de los años ochenta, de cuatro habitaciones, dos baños, una minúscula cocina y un salón todo revestido de madera. El día en que entré a vivir allí, recuerdo que no era uno de los mejores momentos de mi vida y que en el metro me topé con un tipo que se estaba masturbando, al que le dediqué, un alto y claro ,me das asco. Desconcertada me hallaba yo en aquel tiempo y aquella situación animó mi desconcierto. Mi habitación era la peor habitación de todas: aproximadamente ocho metros cuadrados poco iluminados y con rincones poco aprovechables. Puse un colchón en el suelo, una mesita de noche, un par de estantes para mis libros, una mesa y una silla. Ahí voy, a hablarles de esa silla. Era una silla mas bien baja, blanca y de asiento circular. Tenía dos barras metálicas que se unían a un respaldo pequeño en media luna. La verdad es que no era especialmente cómoda pero yo en aquel entonces me conformaba con poco. Solía fumar hachís, reciclar ropa que encontraba en la calle, comer mucho arroz y pasta y apenas fruta, y vivir enganchada a una idea romántica y enfermiza del amor. Esa silla fue testigo de muchas noches despierta, escribiendo o llorando, follando y pocas veces riendo. Al principio la usaba pero cada vez que me sentaba o me levantaba o en plural, hacía un ruido vacío. Un ruido como de suspiro viejo y cansado. Dejé de usarla y murió.

El reloj de la cocina

Son las siete menos veinte, son las siete menos veinte desde ayer y es que al reloj de la cocina le faltan pilas. Prefiero que se quede así y no vivir atormentada por el paso del tiempo, por la falta de tiempo, por “la prisa o la vida”. El tiempo discurre diferente para todos y por suerte para todos. No importa para mí, me digo, mientras intento apreciar cada sucesión de acontecimientos varados en mis propias circunstancias y predisposiciones. Si más no, ahora escribo en mi tiempo libre. El tiempo fragmentado se convierte en caducidad y se pierde y yo pretendo comunicar mis lapsos en variados traspiés verbales. No consigo encontrar las palabras a veces pero nunca el tiempo para dilucidarlas. Siguen siendo las siete menos veinte.

...

La lucha a contratiempo y contra el tiempo nunca ha sido mi fuerte. La verdad, el fenómeno del reloj de la cocina ha resultado todo un desahogo. Vivir en un lugar donde el tiempo escrito en números no transcurre, es un regalo para la apreciación del concepto de ritmo de vida. Ayer trasladé mi colchón y mi mesita de noche entre la lavadora y la tostadora. Mi casa se ha reducido casi a los cuatro metros cuadrados de superficie culinaria.

Mi compañera de piso cree que me he vuelto loca, pero yo sé que en el fondo me comprende. Lo que sucede es que ya no queda lugar para su colchón, sino, también lo haría. Estoy segura.
En fin, de momento me he vuelto (inter)dependiente de este microcosmos en el que los segundos pueden ser horas y viceversa. Cuestión de elección. Entre tanto, sigo eligiendo tranquilidad temporal y relojes de cocina sin baterías.