“Y dejé de pensar que se trataba de él para darme cuenta al fin, de que tan sólo hablaba de mi, yo en todas partes, con un infierno otoñal terroríficamente omnipresente” Neula Pálmer
Ella-Todo ha ido cambiando y me pregunto qué no. Y en esas partes estáticas es donde reside mi locura, mi torpeza, mi descuido, mi desatino. Y existe en mí una renuncia explícita a lo inamovible. Él-Si quieres podemos ser amantes. Ella-No quiero ser una amante entre otras amantes revoltosas. Vienes aquí a cubrir necesidades básicas. Siempre es un poco de sexo más, como una droga fácil, como una evasión, como algo que a largo plazo mata. Mis sábanas sólo huelen a eso, a sexo, a necesidad, a podredumbre.
(Se oye el ruido de un plato al caer)
Ella-Ahora mismo siento asco de mi cuerpo al que he vuelto a humillar. Lo que antes me alimentaba es lo que ahora me mata de hambre. Él-Tienes la palabra enferma, encarnas la desidia eterna. Llevas el peso de la muerte y el miedo. Ella-Yo sólo quería consolarte y se me dio tan mal. Él-Demos la vuelta al día en ochenta mundos. Tengo ganas de echarme a correr, de dejar el pasado atrás.
(Diversas cosas esparcidas por el suelo: ropa interior femenina, un cenicero lleno de colillas y de tiempo, un par de libros viejos, una botella de vino blanco sin corcho y sin esencia)
Ella-Y podría ser verdad eso de que ”lo que heredamos del pasado no son más que anhelos rancios, orgullo loco, venganzas fantasmales, terrores y complejos de culpa” No sabremos amarnos nunca. Él-Nuestro amor siempre estará impregnado de tristeza.
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